Irene Lugo no estaba en pareja ni había pensado en tener un hijo, hasta que conoció a Keila. La niña tenía un retraso madurativo y había sido atacada y abandonada. Hace seis meses el juez les permitió formar una familia de dos.
Era marzo de 2014, viernes. Irene Lugo, que acababa de cumplir 27 años, salió del trabajo y fue al Hospital San Lucas, en La Plata, junto a otros dos voluntarios. La idea era montar una pantalla gigante, proyectar un musical de Piñón Fijo y hacer pochoclos para que los chicos -todos con algún tipo de discapacidad- pasaran el rato. Keila, que estaba por cumplir 4 años, la vio llegar y la siguió con la mirada. Después, se levantó con dificultad del banquito de madera en el que estaba sentada, caminó hasta Irene, la agarró de una pierna y le pidió upa con los brazos estirados. Los médicos y los asistentes del hospital quedaron sorprendidos: Keila nunca le pedía upa a nadie.
«Cuando conocí a Keila hacía tres años que yo era voluntaria en un programa que el PAMI tiene en La Plata y que se llama ‘Cine Para Todos’. Lo que hacíamos era llevar la pantalla y el proyector a comedores, geriátricos, hogares de chicos: cualquier lugar en el que hubiera personas que no pudieran trasladarse a un cine común», cuenta Irene Lugo (31). En ese contexto, pidieron permiso para llevar la pantalla al Hospital San Lucas -que está en el mismo predio que la cárcel de Olmos-, donde vivían casi 30 chicos y adolescentes con discapacidad motora e intelectual.
Dice Irene que ese día Keila se levantó del banquito y caminó hacia ella con dificultad, como si estuviera tratando de hacer equilibrio sobre una soga. «En ese entonces ella caminaba muy poco y me pidió upa con un gesto, porque tampoco hablaba. Yo me agaché y la alcé, y no se quiso bajar más, estuvo toda la película sentada encima mío», recuerda. Cuando llegó la hora en que Irene y los voluntarios tenían que irse, Keila se puso a llorar.
Como el programa era semanal, los tres voluntarios volvieron al hospital el viernes siguiente, esta vez con un musical de Panam. Pasó lo mismo: Keila le pidió upa, la gente del hospital volvió a sorprenderse, Keila lloró cuando Irene se fue. Irene quiso saber algo más de esa nena. Le contaron que tenía un retraso madurativo, que no podía mantener el equilibrio y que casi no hablaba, que tenía una fisura palatina (una malformación congénita en el paladar), que no comía alimentos sólidos y que todavía usaba pañales.
Pasaron dos meses de películas y cada viernes se repetía la historia. Fue entonces que los profesionales del hospital llamaron aparte a Irene y le dijeron que, si quería, podía solicitarle un permiso al juez para llevar a Keila a pasear. «Iban pasando los meses y cada vez que la dejaba llorando me sentía peor, así que solicité el permiso. Demoró varios meses, pero llegó».
«De a poco fui preguntando en el hospital sobre su historia. Me contaron que había nacido en junio, pleno invierno, mientras sus padres estaban en situación de calle. Que había tenido neumonía a pocos días del nacimiento y que después había estado internada por desnutrición.También, que había sufrido mucha violencia. Los padres le habían dado tantos golpes en la cabeza mientras era bebé que le habían provocado un daño neurológico severo. Ella no había nacido con discapacidad, la discapacidad había sido consecuencia de los golpes. Después, la abandonaron».
En diciembre de 2016, el juez vio lo que estaba pasando y tomó una medida excepcional: le dio a Irene la adopción plena de Keila
Infobae.-