El balneario de Miramar, a orillas de la laguna Mar Chiquita, de agua salada, se reabre al turismo después de años de olvido, con historias y leyendas.
A unos 200 kilómetros de la ciudad de Córdoba, está la ciudad que varias veces renació de las aguas. La inundación de 1977 dejó el 60 por ciento del pueblo anegado; quedaron sólo cuatro de los 108 hoteles existentes. Desde inicios del siglo XX el lugar era elegido por europeos y argentinos atraídos por su barro curativo y sus centros termales. En su época de oro sumó 7000 plazas hoteleras.
Una noche del 77 el hotel Copacabana, dueño del primer casino de Córdoba, inauguraba salas. Los invitados salieron desesperados por el avance de la laguna. Al día siguiente, asomaban decenas de techos de autos en el agua. De aquella estructura sólo se conserva una torre. La sala de juegos recién regresó el año pasado, cuando Lotería Provincial abrió un establecimiento de categoría.
Con unos 6000 kilómetros cuadrados, la laguna (hoy sus aguas contienen 90 gramos de sal por litro) es la más extensa de Latinoamérica; comparte con el Mar Muerto de Israel las propiedades de su barro terapeútico. En las costas, en especial hacia la desembocadura del río Dulce, hay cientos de flamencos rosados.
Los atardeceres son una postal; el mar se enciende de rojo y la nueva costanera es un escenario ideal para contemplarlos. Hace unos cuatro años el turismo empezó a regresar, aunque todavía queda mucho espacio para que siga creciendo, lo mismo que la infraestructura y los servicios.
Miramar tiene también un atractivo gastronómico, la nutria asada o a la plancha. Desde 1920 hay criaderos; en los 40 llegaron a ser 300, exportaban pieles a Rusia y hasta mediados de los 80 el sector fue fuente laboral. Funcionaron unas 200 peleterías. Hoy el atractivo es la carne, aunque quedan sólo tres establecimientos de cría.
La Nación.-